Es muy fácil dejar que nuestro gozo dependa de las circunstancias, alegrarnos cuando la vida marcha «viento en popa», sin dificultades y cuando no hay conflictos, cuando no hay carencias ni enfermedades. Hablo por experiencia propia porque, en muchas ocasiones, he permitido que lo circunstancial nuble mi vista a lo eterno y me haga creer que no puedo vivir gozosa. Sin embargo, Pablo enseña en su carta a los Filipenses, y también lo observamos en el resto de las Escrituras, que el gozo del creyente no depende de las circunstancias ni de nosotros, sino que siempre es en el Señor: «Regocíjense en el Señor siempre» (Fil 4:4).
Pablo escribió este mandato a vivir con gozo estando preso y es evidente que una cárcel no es motivo de gozo. Aunque todo parece indicar que era una especie de arresto domiciliario, igual no gozaba de libertad. Bajo esas condiciones escribió la carta que muchos catalogan como «la epístola del gozo». Si Pablo la hubiera escrito tranquilo desde su casa o mientras disfrutaba de un ministerio sin complicaciones, sería más entendible su invitación al regocijo. Pero Filipenses es una carta que desafía toda lógica porque Pablo estaba privado de su libertad, en espera de sentencia y con un futuro incierto. Él tenía todos los motivos del mundo para escribir más bien «la epístola de la queja y el llanto». Sin embargo, su carta tiene 16 referencias al gozo. Con justa razón, Pablo no solo ha sido llamado el teólogo de la gracia, sino que también muchos lo reconocen como el teólogo del gozo. ¡Gozo en el Señor!
Un día, hace ya muchos año, mi tío abuelo, que ya está con el Señor y a quien quise mucho, me recordó que las quejas solo apagan el gozo. Había sido un día largo en el clima súper caliente de Cuba. Yo estaba en la universidad. Cuando terminamos las clases llegamos a la parada del bus y luego de un par de horas nos dijeron que no saldría ningún otro hasta el día siguiente. No teníamos otra opción que caminar ¡8,5 kilómetros! Si no fuera porque lo viví, no lo creería si alguien me lo contara. Llegué a la casa de mis abuelos exhausta, con un hambre voraz y decidida a dejar la universidad. ¡Era demasiado el esfuerzo! Mientras le contaba a mi abuela entre quejas todo lo sucedido, mi tío abuelo salió del cuarto y con su voz suave y un tanto risueña, pero firme, me dijo: «Wendy, el libro de Lamentaciones ya se escribió y tú no vas a añadir la segunda parte ¡Deja las quejas!» Quizá me dijo algo más, pero solo esa frase tan clara se ha quedado grabada en mi memoria. Por supuesto, la situación no era agradable ni fácil, pero yo estaba dejando que algo que no estaba bajo mi control tomara control de mis emociones y me llenara de amargura.
No es que mi tío vivía una vida idílica y sin contratiempos. Por el contrario, al igual que Pablo, él había experimentado la injusticia, el maltrato, la falta de libertad, lo horrible de una cárcel por causa de su fe. Como parte de una ola represiva del régimen de Fidel Castro, mi tío fue llevado a prisión junto a muchos pastores y seminaristas en 1965. Sin embargo, puedo decir con certeza que nada de eso le quitó el gozo que solo viene de estar en Cristo Jesús. Era un gozo contagioso que compartía con otros y permeaba todo lo que hacía. Sus palabras de esa tarde procedían de un corazón convencido por la verdad, no de una frase hueca y repetida como mantra.
Por difícil que sea nuestra realidad presente, nuestro Dios soberano la gobierna de principio a fin.
Leí que el gozo debiera ser una marca sobresaliente en los creyentes. Lamentablemente, a veces nos conocen por muchas cosas, pero no precisamente por ser personas gozosas. ¿Sabes? Vivir con gozo no quiere decir que vivimos desconectados de la realidad. ¡Por el contrario! Los cristianos vivimos conscientes de la realidad, pero ese contexto no determina nuestro estado de ánimo ni gobierna nuestro corazón porque sabemos que por difícil que sea nuestra realidad presente, nuestro Dios soberano la gobierna de principio a fin.
El gozo del creyente tampoco es una ilusión ni una «buena vibra». No es algo que tenemos que fingir ni producir, porque la Escritura nos dice que el fruto del Espíritu Santo en cada creyente es también gozo (Gá 5:22). Aunque lo que Pablo escribió en el pasaje de Filipenses 4 no es una oración en el sentido estricto de la palabra, considero que podemos usar sus palabras para pedirle al Señor que ancle nuestro corazón en el gozo de tener a Cristo y que lo haga crecer firme y fuerte; que nos ayude a recordar la verdad de que tenemos motivos más que suficientes para regocijarnos, incluso cuando la vida es complicada y duele. Esa es una petición que podemos añadir a nuestra lista de oración.
Gracias por leer y compartir,
Wendy
Nota: Este artículo fue adaptado de Más allá de mi lista de oración, publicado por B&H Español, 2023. Te invito a descargar aquí una muestra gratuita.
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