En lexico.com encontré lo siguiente acerca de la palabra «fe»: «Convencimiento íntimo o confianza, que no se basa en la razón ni en la experiencia, en que una persona es buena, capaz, honrada, sincera, etc., o en que algo es eficaz, verdadero, posible, etc.».
Según esta definición, tener fe es estar convencido de algo, pero no con base en la razón ni en la experiencia. Parece más bien que la persona llega a este convencimiento por persuasión o deseo propio, pero sin basamento de ningún tipo. De manera que la persona decide poner su confianza en algo o en alguien a pesar de no tener elementos suficientes que validen el objeto de dicha fe.
Siguiendo esa línea de pensamiento, cuando alguien meramente dice «hay que tener fe» está aludiendo a tener confianza en cualquier cosa o persona que, según su propia elección, puede tener algún tipo de influencia en el resultado final de determinada situación. El objeto de dicha fe es indefinido y manipulable. ¿Qué quiero decir? Que cuando una persona dice esto está pensando simplemente en que de alguna manera cósmica las cosas sucederán como las imagina y desea.
Otros igualan «tener fe» a mirar las cosas de manera positiva. En este caso el objeto de su fe es más bien un pensamiento, la capacidad de producir pensamientos positivos, buenas vibras, como dicen algunos.
El asunto es que esta manera de ver la fe también se ha introducido en el mundo cristiano. Muchos creen que es el tamaño de la fe, la grandeza de la fe, lo que determina el resultado de las oraciones.
Digamos que alguien ora por sanidad, por ejemplo, pero la persona sigue enferma, o incluso muere. Los que piensan de esta manera responden así: «Tu fe no fue suficiente». A lo mejor el problema no es de sanidad sino con el trabajo. Una persona está orando porque necesita un trabajo, y las otras constantemente le repiten: «Tienes que orar con fe y verás que Dios te contesta», pero nada sucede.
Muchos creen que es el tamaño de la fe, la grandeza de la fe, lo que determina el resultado de las oraciones.
Conocí a una mujer que vivió esto de primera mano. Durante su embarazo los médicos dieron un diagnóstico difícil, el bebé nacería con una enfermedad incurable. Ella obviamente estaba angustiada. Pero su angustia se hizo mayor cuando la comunidad que le rodeaba comenzó a cuestionar su fe y a culparla por ese diagnóstico. ¡Qué terrible!
Nuestros corazones nacen contaminados por el pecado y necesitan ser regenerados, hechos nuevos. Pero no es algo que logramos por nuestra propia cuenta. El corazón nuevo es un milagro con la firma de Dios.
¿Sabes cuál es el problema con este modo de pensar, con este concepto de la fe? Que en realidad deja a Dios fuera de la ecuación y pone a la persona en el centro de todo. Pensar de este modo no es bíblico porque ignora la soberanía de Dios. La respuesta a la oración, sea cual sea, no depende de nosotros. Si decimos que oramos a Dios, entonces intrínsecamente estamos reconociendo que es Él quien tiene el poder de hacerlo y también la potestad de decidir cómo, cuándo y si lo hace.
No es el tamaño de mi fe, no es la grandeza de mi fe, no soy yo, ¡es Él! ¿Y sabes algo? Eso debería provocar en nosotros paz. Sí, porque si la salud, el trabajo, el embarazo, etc. dependen de mí, ¡estoy perdida! Tú y yo sabemos que nuestra fe a veces es débil, nuestra fe muchas veces necesita un empujón, y tenemos que decir junto a aquel hombre que conversó con Jesús: «Creo; ayúdame en mi incredulidad» (Mar. 9:24).
Sufrir no es falta de fe, estar triste no es falta de fe. ¿Recuerdas a Job? Grande fue su sufrimiento, grandes sus pruebas. Y Job creía en Dios. De hecho, Dios permitió todo lo que sucedió en la vida de este hombre (lo puedes leer en Job 1 y 2). Los problemas, en su mayoría, no son porque no tengamos fe. Y digo «en su mayoría» porque en ocasiones los problemas vienen como resultado de nuestras malas decisiones. Las enfermedades, el sufrimiento, las tragedias son una consecuencia ineludible del pecado que ha inundado a este mundo, y es lógico que las tragedias, las pérdidas, provoquen en nosotros llanto y angustia.
Ahora bien, no me malentiendas, la fe es esencial para el pueblo de Dios; pero quisiera que comprendiéramos algo: fe no es creer que Dios hará lo que yo quiero que haga. Eso es arrogancia espiritual. Esa no es la fe bíblica. Una «fe» de esta clase es dañina para nuestro corazón porque en realidad no está puesta en Cristo. Nadie puede torcerle el brazo a Dios, ni darle órdenes, ni creer que con declaraciones egoístas y petulantes escudadas en «la fe» cambiará lo que ya Él ha determinado.
Demasiadas oraciones se hacen en nombre de la fe en Dios cuando en realidad se parecen más a lo que describe Santiago en este pasaje: «… piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres» (4:3). Enarbolar la bandera de la fe para justificar deseos egoístas es adulterio espiritual. Es decir que creemos en Jesús cuando en verdad nuestro corazón se ha ido tras este mundo. ¡Dios nos ayude!
Nadie puede torcerle el brazo a Dios, ni darle órdenes, ni creer que con declaraciones egoístas y petulantes escudadas en «la fe» cambiará lo que ya Él ha determinado.
Hemos visto más ejemplos de los que quisiéramos de personas que han terminado decepcionadas o engañadas como víctimas de este tipo de fe cuando todo lo prometido se desvanece. Y es que creyeron en promesas de hombres, en interpretaciones erradas de la Escritura, creyeron en seres humanos y no en Dios. A veces acaban con un corazón incrédulo. Nuevamente, es crucial que conozcamos bien la Palabra porque solo así podemos conocer a Dios, Su carácter, qué ha dicho y qué no ha dicho. La Palabra se convierte en la guía de nuestra fe.
Si has estado en una situación similar a la que describí unos párrafos antes, mi oración es que el Señor abra tus ojos y puedas entender la verdad. La razón de tu dolor, de esa oración que no ha sido contestada como quisieras no es porque no tengas fe. Dios ha demostrado en Cristo cuánto nos ama y Su amor busca nuestro bien. Descansa en Su soberanía, en que Él tiene el control de todo lo que sucede.
Para conocer más sobre el tema, te invito a leer Un corazón nuevo. Allí, entre otros temas, hablamos de la fe a la luz de la Palabra de Dios y cómo vive el corazón que ha abrazado la fe en Cristo Jesús. Haz clic aquí si deseas más información u ordenar tu copia.
Si este artículo fue de bendición a tu vida, ¡te animo a compartirlo!
Gracias por leer,
Wendy
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