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  • Writer's pictureWendy Bello

Podemos ser libres del temor

Cuando era muy jovencita leí un libro, el testimonio de Joni Eareckson Tada, y por alguna razón que solo pudiera explicarse con las ideas de una mente adolescente que no conocía realmente a Dios, comencé a pensar que si le decía sí a Dios, sin reservas, podía sucederme algo semejante a lo que pasó con Joni, quien quedó cuadripléjica tras un accidente de natación. Y todo sucedió luego de haberle dicho a Dios que quería rendirle para siempre su vida. Si no conoces su historia, te animo a leerla (aquí la encuentras en inglés).


La realidad es que el tiempo fue pasando y la lucha seguía escondida dentro de mí. Una lucha que pudiera traducirse como temor. Temor a que Dios, de alguna manera, quisiera traer a mi vida pruebas tan difíciles y duras que acabarían con todo, pruebas que no podría sobrellevar.


Tomó años, que el Señor abriera mis ojos a su verdad, para llegar a entender algo: la única manera de vivir libres de temor es cuando comprendemos que Dios nos ama, nos ama infinitamente, y es justo ese amor lo que hace que Él solo busque el bien para nuestra vida, aunque no podamos entenderlo.


Cuando no hemos entendido esta verdad, vivimos presa de los temores que te mencioné arriba, o de muchos otros. Pero mira lo que nos dice el apóstol Juan quien, en mi humilde opinión, fue de los doce apóstoles quien recibió un entendimiento más claro y profundo de que Dios es amor:


«Dios es amor […] Y nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en él. […]En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra[a] castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor» (1 Juan 4:8, 16, 18).

Tres verdades cruciales aquí.


Primera: Dios es amor. No lo siente, no lo experimenta. Es su misma esencia, uno de sus atributos.


Segunda: Dios nos ama con amor perfecto. Su amor no está sujeto a emociones cambiantes porque Él es eterno, inmutable.


Tercera: Tenemos que poner nuestra confianza en su amor.


Las dos primeras son de parte de Dios. La tercera nos corresponde a nosotros. Cientos de predicadores te lo pueden decir, lo puedes leer en los libros, pero si no lo crees en tu corazón, de nada valdrá.


Sí, sé lo que quizá pasó por tu mente, que incluso a gente que ama a Dios profundamente, que tienen una fe increíble, le suceden cosas duras, difíciles, malas. ¿Lo has pensado? ¿Cómo entonces explicamos el tan conocido Romanos 8:28 que nos dice que «para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito»?


Creo que lo que a menudo sucede es que interpretamos mal el pasaje. Pablo no está diciendo que todo lo que nos suceda será bueno, lindo, fácil, etc. Lo que el apóstol está diciendo es que Dios usará todo lo que suceda para nuestro bien, para lograr Su propósito en nuestra vida…su voluntad agradable y perfecta, que es llevarnos a ser como Cristo, que es justo lo que nos dice en el versículo que sigue: «Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo…» (versículo 29). Sucede que nuestro concepto de qué es lo bueno no siempre se corresponde con la idea de Dios, y es ahí cuando llegan nuestras frustraciones y temores.


Sin embargo, si entendemos y creemos que Dios nos ama con amor perfecto, entonces podemos vivir libres del temor, venga lo que venga, porque la Escritura nos enseña claramente, en ese mismo capítulo de Romanos 8, que nada nos podrá separar de su amor. Y al final, será su amor lo que nos perfecciona, lo que nos hace semejantes a Cristo y lo que nos lleva a cruzar al otro lado de la eternidad.


Mi querida lectora, ¿vives víctima del temor, presa? Permíteme hablarte con toda dulzura y honestidad: necesitas pedirle al Señor que te ayude a entender su amor, a confiar en ese amor y esconderte en él. Vivimos en un mundo caído, donde suceden cosas que nos dejan sin habla, que nos hieren, nos enferman, pero tenemos la promesa del amor inagotable de Dios, lo probó en la cruz.


No conozco a Joni en persona, pero sé que Dios la ama ahora, con todo el ministerio que ha desarrollado, lo mismo que la amó cuando a los 17 años ocurrió su accidente, o en la prueba del cáncer que también ha vivido. Sin dudas Él ha usado la vida de esta mujer para Su gloria y para alcanzar a muchas otras vidas. Y aunque desde lejos, al verla vivir me atrevo a afirmar que ella ha aprendido a confiar en el perfecto amor de Dios.


¿Qué temores están ahogándote hoy? ¿Qué tal si ahora mismo se los confiesas al Señor? Él ya los conoce, pero al confesarlos estás reconociendo tu necesidad de vivir cimentada en la seguridad de su amor. Oremos como Pablo lo hizo por los efesios, que podamos «comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios» (Efesios 3:18-19). Vivir arraigadas en el amor de Cristo es vivir en plenitud, sin temor.



El contenido de este artículo fue tomado del estudio Decisiones que transforman. Conoce más sobre el libro aquí.









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Bendiciones,


Wendy


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