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  • Writer's pictureWendy Bello

Un día que no olvidaré jamás

El sábado 7 de octubre es un día que no voy a olvidar nunca.


Desde hace meses, más de un año creo, planeábamos junto a un grupo de hermanos y hermanas de diferentes países un viaje a Israel. Un viaje donde se combinarían el trabajo, el aprendizaje, la comunión con la familia de la fe y el asombro de caminar por los mismos lugares por los que caminó Jesús. Ese era nuestro plan. Pero Dios tenía otro.


El sábado 7 de octubre Israel amaneció bajo el ataque terrorista de Hamás en la franja de Gaza.


El viaje, lógicamente, ha quedado pospuesto. Dios gobierna soberanamente y esa es nuestra confianza. Mi esposo y yo estamos tranquilos. Sé que los demás del grupo también lo están. En medio de todo, damos infinitas gracias a Dios por habernos guardado de pasar por una experiencia tan difícil si hubiéramos llegado a Israel.


El sábado 7 de octubre también será inolvidable para los israelitas. Amanecieron a un día que nadie quisiera vivir jamás. Las imágenes paralizan el corazón. La brutalidad es indescriptible, es una barbarie, un salvajismo que pareciera inconcebible, pero no lo es. No puedo borrar de mi mente los rostros aterrorizados de las personas atrapadas en ese ataque. El dolor y el temor conjugados con la ira ante tanto despliegue de maldad. ¿Y qué hacemos cuando estamos ante algo así y a miles de kilómetros de distancia?


Te comparto algo que escribí en Más allá de mi lista de oración:


«Solemos observar situaciones que muchas veces nos dejan paralizados, que nos hacen sentir incapaces de brindar alguna ayuda. Pero no estamos desarmados, ¡tenemos la oración para interceder ante el mismísimo Trono de Dios! Al escribir a Timoteo que "se hagan plegarias, oraciones, peticiones", Pablo está exhortando a la iglesia para que se pare en la brecha y clame delante de Dios. En este caso, no se trata de individuos aislados, sino del cuerpo de Cristo».

Por eso quiero quiero invitarte a que juntos oremos por la paz de Jerusalén y los que allí habitan, como escribiera el salmista:


Oren ustedes por la paz de Jerusalén: «Sean prosperados los que te aman. Haya paz dentro de tus muros, Y prosperidad en tus palacios». Por amor de mis hermanos y de mis amigos, Diré ahora: «Sea la paz en ti». Por amor de la casa del Señor nuestro Dios Procuraré tu bien. (Salmo 122:6-9)


Oremos particularmente por los creyentes que están allí, la Iglesia de Cristo, ya sea que estén de un lado de la franja de Gaza o del otro. Lo cierto es que hay creyentes en ambos. Que puedan ser luz en un momento tan oscuro y que el Señor les proteja en un ambiente de odio y terror. Israel necesita salvación, no solo política, no solo del terrorismo. Necesitan salvación del pecado.


De nuevo regreso a lo que escribí en Más allá de mi lista de oración, porque este es tiempo de orar:


«Exhorto, pues, ante todo que se hagan plegarias, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres…» (1 Ti 2:1). La Biblia habla mayormente en absolutos. Un buen ejemplo lo encontramos en la exhortación de Pablo a Timoteo y la iglesia que él lideraba porque el apóstol les dice que intercedan por todos los hombres. Tal vez hubiéramos preferido que dijera por algunos, por los hermanos en la fe, por nuestros familiares, por los amigos o solo por los que nos caen bien. Pero el Espíritu Santo no hizo excepciones cuando inspiró al apóstol, ¡porque Dios no las hace! De modo que la exhortación, el llamado, es a elevar oraciones por todas las personas. Como señala Donald Guthrie, «estas instrucciones se mantienen unidas por la misión de la iglesia a los de afuera».[i] Nuestra misión no está encerrada en cuatro paredes. Nuestro llamado no es solo a los que ya forman parte del pueblo de Dios, sino a los de afuera, porque allí están los que en algún momento también formarán parte del pueblo de Dios. Pero lo más evidente es que todo debe comenzar en oración».


Al igual que Israel, quienes los atacan también necesitan a Cristo. Oremos que Dios abra ojos a Su gracia salvadora.


No estamos desarmados, ¡tenemos la oración para interceder ante el mismísimo Trono de Dios!

Mi alma clama una y otra vez por el regreso de Cristo y Su justicia establecida de una vez y para siempre. En momentos así, honestamente, a veces siento al desánimo tocar a la puerta, pensar en cuánto tiempo más estaremos en este mundo tan roto me entristece por momentos y me pregunto por qué el Señor no regresa ya y pone final a todo. Sin embargo, traigo a mi mente y corazón abatidos lo que sé de las Escrituras, que el día está ya determinado, y que el Señor «no se tarda en cumplir Su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con ustedes, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9).


De la misma manera recuerdo que un día caminaremos por otra Jerusalén, y el llanto ya no existirá más. A eso se aferra hoy mi corazón.


Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: «El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado». (Ap 21:2-4)


Gracias por leer y compartir,


Wendy


[i] Donald Guthrie, The Pastoral Epistles: An Introduction and Commentary (InterVarsity Press, 2022). ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/sbts-ebooks/detail.action?docID=4309744. Traducción mía.

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