¿Por qué mi familia no celebra Halloween? La respuesta a esta pregunta puede generar varias reacciones. Así que este artículo lo escribo desde una posición muy personal. Por un lado, mi esposo y yo crecimos en Cuba, donde Halloween no es tradición. Sin embargo, hace más de veinte años vivimos en Estados Unidos y nos resultó raro que fuera una fiesta tan común entre los cristianos. Aquí en Norteamérica muchos creyentes no ven nada de malo en la celebración. Consideran que es solo una oportunidad para que los niños se disfracen y paseen por el barrio recolectando caramelos y otras golosinas.
En lo personal, creo que todo estaría bien si fuera simplemente eso, pero no lo es. Si vives en los Estados Unidos, como yo, basta con mirar a las tiendas para ver cómo cada año que pasa esta festividad se vuelve más oscura. En nuestro vecindario, por ejemplo, encontramos jardines cubiertos de muñecos bañados en sangre, calaveras, tumbas, brujas, figuras de muertos que matan a los vivos y mucho más. Pareciera que esta generación está obsesionada con las tinieblas, la muerte y lo que la rodea.
Se impone entonces que hablemos del origen de la celebración. Muchos creen que los orígenes de Halloween se remontan al antiguo festival celta de Samhain. Los celtas, que vivieron hace unos dos mil años en lo que ahora es Irlanda, el Reino Unido y el norte de Francia, celebraban el año nuevo el 1 de noviembre. Ese día marcaba el final del verano y la cosecha, y el comienzo del invierno, un tiempo oscuro y frío. Los celtas asociaban esa época del año con la muerte humana. Ellos creían que en la noche anterior al año nuevo, la frontera entre el mundo de los vivos y los muertos se volvía borrosa. Así que la noche del 31 de octubre celebraban el Samhain, cuando se creía que los fantasmas de los muertos volvían a la tierra.
Los celtas pensaban que la presencia de espíritus de otro mundo facilitaba a los druidas, o sacerdotes celtas, hacer predicciones sobre el futuro. Para conmemorar el evento, los druidas construían enormes hogueras sagradas, donde la gente se reunía para quemar cultivos y animales como sacrificios a las deidades celtas. Durante la celebración, los celtas vestían disfraces, que por lo general consistían en cabezas y pieles de animales, y trataban de adivinar la suerte de los demás.
Aunque en la actualidad no existen relatos escritos originales de este festival de los antiguos celtas, existen referencias en los registros romanos de cuando estos conquistaron las tierras celtas alrededor del 43 d.C. Bajo el dominio romano, el día de Samhain estuvo influenciado por las fiestas romanas de la época. Un festival se llamaba «Pomona», que era una especie de fiesta de la cosecha y el otro era «Feralia», el día romano de los muertos. Curiosamente, tanto Feralia como Samhain eran festivales de muertos y se celebraban a finales de octubre.[i]
Alrededor del 600 d.C., el Papa Bonifacio IV creó el Día de Todos los Santos, y el Papa Gregorio III más tarde trasladó esta festividad al 1 de noviembre en un esfuerzo por brindar una alternativa cristiana a esta celebración pagana.
De hecho, el nombre actual de "Halloween" se origina en el día anterior al Día de Todos los Santos, que se llamaba «All Hallow Evening»; este nombre se redujo a «All Hallow's Eve» o «All Hallow's Even». Con el tiempo el nombre cambió y se convirtió en «Hallowe’en».[ii]
Otras culturas del mundo también celebran un «día de los muertos» y dichas celebraciones por lo general implican sacrificios, ya sea humanos o de animales. Incluso coinciden en la fecha, final del verano y del otoño. Sabemos que en México se celebra el «Día de los muertos» que tiene su origen en una celebración azteca. Algo similar ocurre en Brasil y también en países asiáticos como China y Japón. Todas comparten de cierto modo la esencia del espiritismo, el deseo de comunicarse con el mundo de los muertos y que la Escritura condena:
«No sea hallado en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni hechicería, o que sea agorero, o hechicero, o encantador, o adivino, o espiritista, ni quien consulte a los muertos. Porque cualquiera que hace estas cosas es abominable al Señor» (Dt 18:10-12).
A lo largo de los años, y particularmente en los tiempos modernos, se han asociado prácticas malignas con Halloween. Estas incluyen vandalismo, sensualidad, magia negra, brujas, celebración de la muerte y demonios. Aunque estas prácticas tal vez no son tan comunes como pensamos, sí sabemos que las celebraciones que rodean a Halloween a menudo terminan en borracheras y todo tipo de actos libertino. Lo que pudiera ser inocente en la mente de muchos, corre el riesgo de presentar un peligro para nuestros niños y jóvenes.
Como familia decidimos desde que no era necesario hacernos parte de estas fiestas, por motivos de conciencia. No queríamos que nuestros hijos participaran de cuentos fantasmagóricos ni dibujos de brujas o cosas semejantes. Cuando eran pequeños y asistían a un colegio público que celebraba esta fiesta, pedíamos que no los incluyeran e incluso en ocasiones simplemente no los llevamos el día de Halloween. Por supuesto, esta decisión implicó conversar con ellos y explicarles por qué la tomábamos. Ya que lo hicimos desde temprano, al llegar a la adolescencia el principio estaba establecido.
El otro lado de la moneda es que Halloween también nos presenta la oportunidad de hablar de Cristo. En un mundo que teme a la muerte, a la oscuridad, los fantasmas y más, nosotros podemos hablar de la luz que Cristo nos da. Podemos hablar de aquello que de verdad debe provocar temor: el juicio de Dios (Ro 2:5-11). Y también de la esperanza de vida eterna para quienes se arrepienten y viven en Cristo Jesús (Jn 3:16-17). Algunas iglesias adoptan esta postura y celebran los llamados «Festivales de otoño» para ofrecer una alternativa saludable a la comunidad y aprovechar el marco como alcance evangelístico.
Como dije al comienzo, escribo este artículo desde mi convicción personal. Nuestra familia no celebra Halloween porque entendemos que con esa decisión honramos a Dios. Sea cual sea la posición que adoptemos, esta verdad prevalece: «Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31). Recordemos que hemos sido llamados a santidad, a ser luz y sal ante un mundo que perece, y a mostrar compasión, porque el mundo que celebra Halloween, también necesita a Cristo.
Gracias por leer y compartir,
Wendy
(Este artículo se publicó originalmente en Soldados de Jesucristo)
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